“Los muertos” (Caracola, 1960)
Había entre la escarcha un adolescente muerto
A quien los vivos habían desnudado y convertido en estatua.
Estaba totalmente blanco, menos una roja mancha en su nuca
Y sólo un ligero olor a pólvora entre sus cabellos dorados
Que la escarcha convertía en afilados hilos;
Y no había ruido bajo el sol blanco, mudo de frío
Porque los pájaros aún dormían en sus nidos
Y los hombres se calentaban en sus chabolas de guerra.
Cuando yo lo miré, algo se transformó en el alma;
Lo miré una vez, y otra, y otra, hasta que ya no le vi entre la nieve
Porque había entrado en mi pensamiento y ya no saldría de él;
Y supe en un instante que me había reconciliado con la muerte
Aquel, aquel cadáver enemigo que estaba frente a mí;
Y que no había horror ni asco en la dura carne tendida:
Tan sólo mármol sereno de la belleza, despojado ya de la carga humana,
Ausente del frío, del dolor, del gozo o del deseo.
Había sólo muerte pura, pureza muerta, pureza única
En el sudario blanco de la escarcha.