“Elegía” (Una voz cualquiera, 1959)
Hay una lámpara, Señor, y hace frío en tu sagrario.
La madrugada es pura y se rasga de unción
cuando la campanilla suena.
Alba de silencio y niebla. Los cazadores sin armas te reciben.
Con una cesta arrodillada, una mujer refleja en sus ojos la gracia.
El acólito tiene aún sueño en sus ojos azules. La campanilla suena.
Sagrario de media luz de madrugada y de pronto su color cambiado.
El blanco de la hostia se traspasa por el claro aleluya del sol tibio.
¡Oh gozo de vivir! Un galgo viene, frío, los pies ligeros sobre el
mármol y mira al cazador.
El oro del retablo suelta las sombras. Palidece teñido por el día.
Yo, enfundado en mi viejo gabán, bufanda al cuello,
siento ya mi tristeza levantada en el hosanna de la luz sobre la hostia.
¡Ah, Señor, dadme sagrarios para volver de mis noches hasta el día,
Oh, dadme el rayo de luz, la blanca víctima y este templo de Dios
en plata pura, argentado tilín de campanilla!